La presentación de ayer en el Teatro de la Ciudad de la ópera Elíxir de Amor, del compositor italiano Gaetano Donizetti, fue socialmente un éxito. Público de la ciudad mostró su apoyo a la cultura y a las artes dejando ver una gran participación por su cuenta; si bien es cierto que pudieron ser visitantes que esperabas el homenaje a Celso Piña que se llevaría a cabo a unas cuadras del teatro, fue bueno ver que gente que probablemente nunca había ido a una ópera, pudiera disfrutar de un refrescante intermedio en su tarde dominical.
El éxito de la velada, sin duda alguna, lo compartieron César Delgado y Fernando Cisneros, en los roles de Nemorino y Belcore, respectivamente. Delgado sorprendió con su potente voz, que, si bien fue un poco pesada para el rol de Nemorino, tuvo una proyección muy natural en el escenario. El papel de Nemorino es artísticamente un tanto complicado, pues es responsable de diferentes facetas del personaje, yendo de la tristeza y desesperación, a la comedia y al júbilo. Delgado, a pesar de su carrera artística, quedó a deber vocalmente en algunas de estas facetas; se le escuchó un Nemorino muy conservador, lo cual pudo ser consecuencia en parte por la única función presentada por el elenco, cuando es común hacer al menos dos presentaciones con el mismo elenco para foguearse en el escenario y que para la segunda función los interpretes salgan más confiados.
Por otro lado, Cisneros se notó cómodo en el rol del sargento galante, al mostrarse en todo momento seguro y sensible con sus colegas en el escenario; a pesar de poseer una voz potente, Cisneros tuvo la sensibilidad de bajar el volumen y cambiar el color de la voz cuando compartía la acción vocal con otro de los personajes, sobre todo aquellos que no tuvieron la misma proyección que tanto él como Delgado demostraron. Fue evidente que el barítono mexicano se siente cómodo en roles operísticos, que tiene la experiencia y el desenvolvimiento escénico para llenar con su voz y presencia cualquier sala de conciertos en la que se presente. Un deleite poder haber disfrutado de su participación en la producción de Elíxir de Amor.
Los roles de Adina, Dulcamara, y Gianetta quedaron a deber en la presentación de la ópera. La soprano Luisa Mordel se tardó en calentar la voz, ya que durante el primer acto pasó casi desapercibida, los pocos momentos en los que se podía escuchar su voz fue durante los recitativos y cuando la orquesta tocaba con solo un par de instrumentos; sin embargo, no alcanzó la proyección que tuvieron otros miembros del elenco. Mordel, sin embargo, mostró un carisma escénico adecuado para el rol que interpretó, de una terrateniente coqueta e indiferente hacia los sentimientos de su eterno enamorado. El bajo mexicano, Ricardo Ceballos, quien interpretara el rol de Dulcamara, el estafador que engaña a Nemorino a comprar su elíxir, no logró conectarse con su papel durante toda la función. Físicamente no se le vio conectado con el personaje, chusco y manipulador, a pesar de sus intentos de conectar con el público. Pareciera que se hubiese beneficiado de su propio elíxir para obtener la soltura que Nemorino obtuvo al probar del mismo, que incluso lo llevó a abandonar su bastón y realizar el baile floss. Vocalmente, Ceballos no encontró la proyección que una ópera requiere, quedando perdidos sus diálogos cuando alguien más hablaba o cuando la orquesta tocaba; fue evidente que sus colegas en el escenario tuvieron que adaptarse a su falta de proyección al momento de cantar con el personaje de Dulcamara, bajando el volumen y proyección de sus propias voces. Esto es algo común en cantantes jóvenes, que aún no han terminado de desarrollar sus voces, si bien es posible que su voz brille en competencias y recitales de arias, el presentarse a cantar ópera sobre una orquesta y proyectar en un teatro o sala de conciertos es un reto muy diferente.
La producción de Rafael Blásquez y el trabajo de escena de Ivet Pérez dejó mucho que desear. El equipo decidió apostar por posicionar la trama en Italia en el siglo XVIII, tal como lo “indica” el libreto. Este tipo de producción ha sido ya presentada en la ciudad en otras ocasiones, con una aceptación moderada por parte del público. Si bien es cierto que ambos han tenido experiencia, y tienen bajo sus brazos una carrera profesional en el mundo de la ópera, esta producción deja en evidencia la falta de innovación, y actualización que ambos tienen del mundo actual operístico. Lo más “innovador” que utilizaron fue el uso de una proyección animada en el fondo que cambiaba con la escena. Si bien es cierto que fue una producción tradicional, se pudo haber conseguido un mejor resultado, tanto en la parte económica como en el producto final para enganchar al público y acercar la historia al 2022.
La orquesta de la ópera, bajo la batuta de Felipe Tristán, que a pesar de sus refuerzos estelares de las “mejores orquestas de México”, mostró un acompañamiento si acaso básico a los cantantes en escena. Quedó claro que Tristán tenía un conocimiento suficiente de la obra de Donizetti, no obstante, este no consiguió liderear a la orquesta para acompañar a los solistas en el escenario al estar reaccionando en todo momento a sus movimientos en lugar de estar con los solistas y acompañarlos como una unidad musical. La batuta del director musical era en momentos innecesaria, y en otros con falta de energía para transmitir a la orquesta, lo cual quedó reflejado en la indiferente interpretación a su cargo. Las entradas de la orquesta sonaron inseguras, en parte por la falta de preparación de la orquesta, y de la inseguridad del director hacia la misma. Algo característico de la música operística de este período es el crescendo de Rossini, que es una técnica de composición para gradualmente añadir intensidad a la escena a través de la música; algo que, a pesar de estar escrito en la partitura, el ensamble no fue capaz de lograr, por el contrario, estos momentos se tornaron monótonos al quedarse estancados. Algunas de las intervenciones solistas de los miembros de la orquesta, no lograron el efecto adecuado para acompañar la escena, sonaron en ocasiones desafinadas, inseguras, y poco propositivas. Quedó en evidencia la inexperiencia de la orquesta para acompañar una compañía de ópera, ya que esta requiere de un acercamiento distinto en la preparación al de una orquesta sinfónica de concierto.
Es bueno ver que existen apoyos para fomentar la cultura, y a su vez darle oportunidad a artistas jóvenes que van iniciando sus carreras. Esto, sin duda alguna, es en parte gracias al director musical Felipe Tristán, que ha sabido tocar las puertas correctas para que este tipo de eventos se puedan llevar a cabo. Si bien, este es el primer año que se lleva a cabo el Monterrey Summer Opera Academy, se espera que se aprenda de las áreas de oportunidad que dejaron esta experiencia y vuelvan en el 2023 con una propuesta fresca, joven, y profesional.