“BODY IS REALITY”
Crimes of the Future es el nuevo y – como de costumbre – controversial filme de David Cronenberg. Si bien Maps to the Stars (2014) fue su largometraje más reciente, nos tenemos que remontar a Existenz (2001) para encontrar su última película con un guión original escrito por él.
Crimes of the Future regresa al origen, específicamente, al género del Body Horror. “El monstruo no está afuera, sino dentro.” Esta base del género es la misma que la de la película, donde no hay un villano, no hay un monstruo, no hay un perseguidor, todo el drama sucede dentro del cuerpo. Así mismo, el body horror tiene como parteaguas la ideología existencial de Cronenberg; el cuerpo es la realidad.
Autodenominado como un ateo empedernido, Cronenberg explica que para él nuestra realidad se define a partir del cuerpo físico; lo único que somos es nuestro cuerpo y más allá no hay otra cosa. El alma o espíritu son invenciones y no existe otra cosa que no sea el plano físico que habitamos, con nuestro cuerpo como único medio para conocer y experimentar dicho plano. Conforme nuestro cuerpo cambia, crece, se transforma, envejece y se acerca a la muerte, también lo hacen inevitablemente nuestra experiencia existencial y nuestra percepción. Este es un elemento que está presente en cada escena y cada personaje de Crimes of the Future.
Saul Tenser, el protagonista interpretado por Viggo Mortensen es, en conjunto con su pareja Caprice, un artista del performance cuyo principal medio de expresión, su lienzo, es su cuerpo. Su arte consiste en remover nuevos órganos (que otros llamarían tumores) frente a una audiencia. Si bien el filme fue escrito previo a la era de los smartphones y las redes sociales, su mensaje resuena fuertemente en este contexto. “Ahora todos quieren ser artistas del performance” es un diálogo de la película que nos remite a la realidad de un mundo donde millones usan plataformas como Tiktok o Instagram para crear contenido que en muchas ocasiones depende totalmente de su cuerpo; fotografías, poses, bailes, canto, arte visual, desnudez, carnalidad, o lo que se le llame. Millones usan su cuerpo como medio de expresión para llamar la atención de otros, sin embargo, de esos millones quizá de sólo unos cuantos podamos decir que su performance es arte.
Otro tema y quizá el motivo más fuerte de la película es el concepto de la modificación corporal; aunque en principio esto puede ser una crítica a la sociedad obsesionada con la apariencia y/o la salud a cualquier costo, Cronenberg explica que no se trata de algo intrínsecamente malo o bueno; la ortodoncia, la remoción de una vesícula dañada, la cirugía oftálmica, las ayudas auditivas modifican nuestro cuerpo y cambian nuestra percepción; por ende, la modificación corporal no sólo cambia el cuerpo sino la percepción del mundo y la existencia como tal.
Por un lado el protagonista dedica su performance a la remoción de “nuevos órganos” que crecen con cada vez más frecuencia dentro de su cuerpo, por otro, dentro del filme observamos las creaciones de otros artistas que también modifican su cuerpo como parte de su arte; un bailarín que sella sus ojos y boca con costuras, lleno de implantes de orejas artificiales, tratando de comunicar que “es tiempo de escuchar”, o una artista que mutila su rostro frente a un público en una expresión distinta a la convención de “lo bello.” En el bailarín, dentro del propio filme, encontramos una crítica al cine de horror actual; la sala está llena de espectadores y los implantes son impactantes pero no son funcionales, son orejas que no pueden escuchar; la danza no comunica mensaje alguno y sólo está hecha para crear un impacto pero no cambia ni toca a su audiencia a un nivel profundo; mucho susto y poco contenido, a pesar de que la sala esté llena. En la artista encontramos una mujer que ya es hermosa, deformando su cara para inspirar aún más admiración, y esto quizá es una parodia de la realidad donde personas que en teoría ya son consideradas como “hermosas” modifican su cuerpo buscando una perfección inalcanzable tratando de vencer futilmente la naturaleza del cuerpo, la huella inexorable de la vejez y el paso del tiempo.
La relatividad de la belleza.
Aparentemente horrible y visceral, Crimes of the Future es una película que juega con el concepto de lo bello; destruye la percepción de la belleza como la idea de algo estético e ideal y la lleva a su significado básico; algo – no necesariamente explicable o racional – que nos atrae, que nos toca por dentro, que nos lleva a la idea de otro plano existencial, que activa nuestros deseos e incluso nuestra naturaleza erótica, y sobre todo, algo totalmente relativo y completamente dependiente de la perspectiva individual. En el filme, incluso, encontramos un “Concurso de la Belleza Interior” – una sátira a nuestros concursos de belleza superficial – en el que se busca premiar a los mejores nuevos órganos y variaciones de esta premisa. En un llamado inconsciente a Dead Ringers (1988) donde un personaje pregunta “¿Por qué no tenemos concursos de belleza para el interior? Los mejores pulmones, los riñones mejor formados …”
A lo largo del filme encontramos muchas preguntas y comentarios que van más allá de la sala de proyección; ¿qué nos hace denominar algo como arte? – aquí, en una especie de auto-parodia del body horror un personaje muestra su tumor y pregunta sarcásticamente si sería un Duchamp o un Francis Bacon -, ¿qué nos vuelve humanos? – observamos a una madre asesinar a su hijo por considerar que “no es humano” debido a que nació con un sistema digestivo es distinto y se dedica a comer plástico; si algo es repugnante o muy distinto nos cuesta trabajo llamarle “humano” y tener empatía o compasión – , ¿cuál sería la evolución de una especie que ha modificado y contaminado su ambiente y su cuerpo llegando a un punto crítico?. A través de esta pregunta central de la película, observamos a un grupo de personas cuya obsesión es la evolución humana a través de la digestión de los desechos que la especie genera con su actividad industrial; comedores de plástico que modificaron su organismo para digerir desechos tóxicos y que preocupan a organizaciones que fungen como policía de la percepción y que consideran que aquellos que nacen con organos distintos “ya no son humanos” y aquellos que comen plástico como unos que “se han ido por un camino torcido.”
La evolución como cruda adaptación.
“Evolución” es un término que se vuelve un tabú dentro del filme, al crecimiento de nuevos órganos del protagonista se le llama “trastorno evolutivo”; en alguna instancia un personaje usa la palabra “evolución” e inmediatamente se retracta y usa otra nomenclatura. Quizá por apego a lo que los personajes consideran “humano” o una incapacidad de ver el cambio en su ambiente y la necesidad urgente de adaptación, parece que hay un temor dentro de los personajes a aceptar que el cambio corporal puede ser un rasgo evolutivo y lo minimizan o llevan a un nivel de “trastorno” o “enfermedad.” Uno de los personajes cercanos al protagonista está obsesionado con la idea de que como humanos debemos ponernos a la par de la tecnología y los desechos que creamos; la evolución humana deja de ser ese mito idealizado donde tendremos cerebros gigantes y telepatía y pasa a ser algo mucho más práctico y tangible, como la adaptación al entorno y la capacidad de digerir nuestros propios desechos, ante la abundancia de éstos y la escacez de alimentos nutritivos. ¿Y no estamos ya haciendo esto? ¿No comemos ya comida ultraprocesada carente de nutrientes que destruye nuestros cuerpos? ¿No serían aquellos capaces de nutrirse de esta forma, una nueva expresión de la evolución humana? El mismo Cronenberg en una entrevista respecto al filme nos recuerda que 80% de los humanos ya tenemos microplásticos dentro de nuestro cuerpo, que científicos trabajan con bacterias capaces de convertir el plástico en proteína, y nos recuerda aún más que la evolución no es “algo mejor” o “más bonito” sino lo que siempre ha sido; una cruda adaptación que responde a los cambios del entorno, no una utopía.
Esta es la belleza dentro del horror de Crimes of the Future; aún en este plano lleno de contaminación, afectado por el cambio climático y la producción industrial desenfrenada, el humano sigue evolucionando, se transforma en algo distinto; no necesariamente algo mejor o peor, porque eso son juicios morales, sino algo crudamente adaptado a su entorno, en nuestro caso, un entorno que nosotros mismos hemos modificado y deformado para nuestro beneficio con consecuencias funestas. Un comedor de plástico nos es alienígena (a pesar de que ya comemos plástico) pero algunos ven con ternura el horror de un bebé intentando usar un iPad y quemando sus neuronas en el proceso.
La línea principal de la película gira en torno a la evolución; la madre mata a su hijo, lo considera “no-humano” por haber nacido con la capacidad de digerir plástico, ahora es “una criatura, algo distinto.” El personaje principal lucha contra sus nuevos órganos, hasta que otro personaje instala dentro de él la idea de que quizá está luchando contra “un proceso natural que lleva a una nueva adaptación.” Quizá en pos de “ser más saludable” está deteniendo la voluntad que la naturaleza expresa a través de su cuerpo. En la escena final de la película, el protagonista, incapaz de alimentarse aún con la asistencia de máquinas especializadas, deja de luchar y decide “probar el plástico.” Su cuerpo ya estaba adaptado; al aceptar dicha realidad, la evolución, acompañada de una lágrima, sucede. El filme termina.
El arte dentro del arte.
Crimes of the Future es una obra de arte, que a su vez hace un comentario sobre el arte en sí mismo. Su efecto es el de las obras de Bacon, Picasso, Stravinsky, y otros grandes maestros; en una misma función encontramos ovaciones pero también gente saliendo de la sala tras cinco minutos de comenzar la función, encontramos escenas eróticas que involucran mutilación y sangre y que sin embargo no cancelan las emociones de cercanía y amor entre los personajes. Encontramos momentos cómicos donde toda la sala ríe, y momentos que no son cómicos donde la sala también ríe, pero por nerviosismo. Por sí mismo, ver Crimes of the Future en el cine es una experiencia distinta a la de casi cualquier otro filme que ha llegado a nuestras taquillas norestenses. ¿Es amigable? ¿Es para todos? ¿Es para la familia? ¿Es pet friendly? ¿Es digerible? Ninguna de las anteriores. No es una película para quienes buscan una trama de una sola capa, no es para quienes quieren identificar “un malo y un bueno” o “una bonita historia” o “una trama inspiracional”; es una película para quienes quieren sentir, quieren experimentar, quieren ser desafiados, quieren percibir la belleza de una forma menos convencional; es una obra de arte total, un espectáculo audiovisual impresionante que va más allá del diálogo, que nos hace preguntas, que nos hace comentarios, que nos incomoda y nos satisface, de eso se trata el arte; no de decir “es bonito o no”, sino de rasgarnos las visceras, de despertar nuestro eros, es algo que sentimos con la mente, el corazón y el estómago.
Crimes of the Future es una película hecha por la necesidad y el placer y el dolor de hacer arte, de comentar y criticar la realidad, no sólo de ingresar dinero en las taquillas o satisfacer las necesidades de una franquicia o la cuota de una gran compañía de producción. Con el esfuerzo de muchas organizaciones y la libertad creativa que pocas veces vemos en el cine comercial, Cronenberg regresó, acompañado de su actor favorito y uno de sus mejores amigos. Si esta fuera su última película sería la mejor carta de despedida para sus aficionados (entre quienes obviamente me incluyo), pero también una sonrisa de “para que me buscan si ya me conocen” para sus detractores incapaces de ver más allá del horror aparente y saborear las muchas capas de este Opus Magnum.