Somos Ahora: FIC Monterrey

El Festival Internacional de Cine, en Monterrey, se está llevando a cabo desde el 17 de agosto y concluirá este domingo 28. ¿Qué ofrece un festival así? En esencia, conocer y apreciar cine mexicano e internacional, y mejor aún, de forma gratuita.

Ayer tuvimos el gusto de asistir a la presentación de «SOMOS AHORA», una serie de cortometrajes mexicanos conectados por el tema o motivo del tiempo presente como espacio único y absoluto. Es difícil hacer una reseña sobre los seis cortometrajes incluídos en la proyección, pero podemos hablar de las pequeñas historias y sensaciones que nos dejaron.

Mercurio Retrógrado

Este fue el primer cortometraje de los seis que se presentaron como parte de SOMOS AHORA. Un filme pequeño (quizá de dos o tres minutos como mucho) que con pocos diálogos y sonidos logra comunicar una idea atemporal: todo el tiempo es el presente, y todo el tiempo la vida puede cambiar. Conocemos a una pareja de jóvenes que disfrutan la cotidianidad y de quien no sabemos mucho pero podemos entender son una pareja que va más allá de lo casual, tomas cercanas, e incluso la lente usada para grabarlas evoca a través de sus granos y algo de sobre-exposición sensaciones de cercanía y ternura, de estar en casa, de ver algo íntimo y real.

En una tarde típica de visitar la alberca, una de ellas recibe un mensaje: fue aceptada en una universidad, tendrá que mudarse. Mientras llama a su madre para darle la buena noticia, escuchamos alegría y emoción en sus palabras, sin embargo, este momento no es de ella. La cámara se enfoca en su pareja, sumergida en la piscina, escuchando atentamente el diálogo, con una mirada triste que acepta el fin de ese momento cálido y el inicio de una nueva aventura en la que ella no está incluida.

Vivir toda la vida

Susana, protagonista del corto, es el estereotipo de una «mujer amargada.» Por buenas razones; solitaria, enfrenta una vejez abandonada por su marido, pero rodeada aún de sus pertenencias y recuerdos. A su vez, la vida agitada de su vecina Gloria le causa un doble tipo de molestia; no la deja dormir pero a la vez le recuerda aquello de lo que ella carece.

Las malas caras de Susana no impiden que Gloria entable una amistad con ella; le enseña a manejar el Mustang intocable de su marido, la lleva de fiesta a cantar y bailar, le recuerda que puede tocar el piano y vivir alegremente. Tras una pequeña discusión Susana le pide a Gloria que la deje en paz; poco tiempo después será notificada de que Gloria se desvaneció y está grave en el hospital. Gloria muere y Susana queda sola de nuevo; pero esta vez no vivirá con amargura. Como si esos días con su nueva amiga la hubieran revitalizado, el cortometraje finaliza con una secuencia de Susana arreglada con un vestido morado, entrando al bar que la llevó Gloria, cantando y bailando. Queda claro que el título del corto es también su mensaje directo y seguro.

Fonos

El cortometraje favorito de esta secuencia, al menos para este humilde autor, es la animación «Fonos.» A través de una serie de ilustraciones llena de colores cálidos y formas orgánicas y suaves, conocemos a una niña que experimenta toda clase de sonidos junto a su abuelo, quien a su vez se puede identificar por la música que siempre toca con su flauta. La niña, con una pequeña caja parecida a un fonógrafo, se dedica a capturar los sonidos que la rodean y guardarlos en frascos.

El abuelo muere y la niña parece perder esa ingenuidad y gusto espontáneo por aquello que la rodea. La vemos de jóven, llevando a cabo sus actividades, cuando de pronto, el canto de un ave interrumpe su rutina. El canto es idéntico a la melodía de su abuelo. Empeñada en encontrar el sonido, lo sigue hasta llegar a un ave (cuya paleta de color también es la misma que la del abuelo) que canta felizmente. De alguna forma, su gusto por los sonidos renace y se obsesiona con capturar al ave y su canto, lo cual logra, aparentemente a costa de la vida del animal.

Devastada por la muerte, una vez más, la ahora joven decide tomar su caja de frascos (memorias de sonido) y al ave muerta para enterrarlos de una vez por todas; sin embargo algo inesperado sucede, el ave revive y canta de nuevo. No sólo eso, algo se libera dentro de la joven, en lugar de enterrar esos recuerdos sónicos, decide liberarlos; todos los sonidos se unen con el canto del ave y forman la imagen de su abuelo en una especie de despedida.

Fonos, en la humilde opinión de este autor, es el cortometraje más conmovedor y expresivo de los seis presentados en SOMOS AHORA. Sin diálogos, sin voces, sin palabras, sin texto, solamente con colores, formas y sonido logra expresar la idea de que el presente no es algo para capturar y guardar (como hacemos frecuentemente con nuestros smartphones); es algo para vivirse y dejar ir, su belleza radica también en su libertad, espontaneidad e incluso en la tristeza que implica su impermanencia.

Un habitar en común

La historia de «Un habitar en común» es una que ya conocemos. Los espacios que formaron parte de nuestras vidas y de nuestras comunidades, que parecían estáticos y monolíticos, poco a poco desaparecen y se convierten en otra cosa con el paso inexorable del tiempo. Esos lugares llenos de vida y recuerdos se disuelven para dar paso a nuevos espacios. La tonada clásica de la vecindad que se convierte en un Starbucks o el cine de antaño que da lugar a una torre de oficinas.

Lo relevante de este cortometraje no es la historia que presenta, sino la forma en que lo presenta. En un estilo «vintage», vemos construcciones a partir de fotogramas y fotografías, no conocemos a ningún personaje como tal pero sí escuchamos sus historias en un voice over. Es un cortometraje cuya historia es sencilla pero su formato es único y a través de lo estético nos conecta a esa historia emocional que ya conociamos pero que no deja de causarnos identificación y memorabilidad. Aquí el tema del «momento presente» se expresa a través de la impermanencia de los espacios que habitamos; así como nosotros los habitamos, ellos nos habitan a nosotros, y cuando mueren, de cierta forma muere una parte de nosotros.

Inés y Graciela

Inés y Graciela son dos medias hermanas separadas por el tiempo. Durante una mudanza, Inés se re-encuentra con cajas llenas de fotografías y recuerdos; su hermana mayor Graciela, a quien no ha visto en años, es la protagonista de esos momentos que para ella son nostálgicos y valiosos. La hermana menor de Inés, que no recuerda ni conoce a Graciela, no ve el sentido de conservar esas fotografías, y piensa que para Graciela no deben ser importantes si ha pasado tanto tiempo sin siquiera acercarse a ellas.

En su afán por conservar una memoria positiva de su hermanastra, Inés decide visitar a Graciela y compartir la caja de recuerdos. Al tocar a su puerta, es recibida de forma ambigua; su hermanastra mayor no parece entusiasmada o siquiera feliz de verla. La hija de Graciela no tiene idea de que tiene dos tías a quien no conoce, y su madre tampoco tiene interés por que lo haga; ella ya tiene su propia familia.

En un encuentro más agrio que dulce, Graciela revela a Inés que no extraña esos recuerdos, que su vida siguió adelante y que tanto Inés como su hermana menor no son parte de ella. Inés queda devastada y deja atrás la caja con las fotografías, deja atrás sus recuerdos. En una variante de ese «así es la vida» que todos conocemos, recordamos que la memoria no es necesariamente honesta, y que el apego al pasado tampoco lo vuelve valioso. De una forma más triste, nos remite al presente como único plano valorable en la existencia.

Lecciones sobre el uso incorrecto de los objetos

El más gráfico y controversial de los seis cortometrajes fue reservado para el final de la proyección. Este corto nos muestra, a través de la perspectiva de objetos «comunes» (un trapeador, un collarín médico, y un libro) un relato sobre la cotidianidad del maltrato o abuso doméstico. Una pareja tóxica en una relación llena de violencia y tristeza revela, a través de los objetos que les rodean en su vida, la profunidad de una dinámica destructiva y autodestructiva con la que muchos se podrían identificar, y de la que muchos podríamos decir «yo no dejaría que me pasara eso», sin saber que quizá ese panorama decadente puede formar parte de la realidad, o de lo «común» para otra persona.

La reflexión tajante es que la violencia doméstica no debería denominarse así por suceder dentro de la vivienda. Es algo más oscuro; es su cotidianidad y la forma en que se convierte en el sentido «normal», en el hogar y el presente de una pareja lo que vuelve a esa violencia «doméstica» una más profunda que otras que pudieran ser más breves o espontáneas y por lo tanto, ajenas a la rutina.

Frases como «tu me provocaste», «si me dejas me mato», «me das asco», «si me denuncias te rompo la cara», resultan tan impactantes como las secuencias de maltrato físico y violación presentadas a través de una pareja viviendo su vida «normal». Esta violencia nos recuerda que lo absurdo, lo violento, lo grotesco, y a la vez, una sensación retorcida de «amor» se pueden convertir en el presente inexorable de una relación, aquí el momento presente es un continuum de sufrimiento y autodestrucción que no parece tener fin.